En San Juan de
Ávila se cumple una vez más la
Escritura cuando en la carta a los Hebreos se afirma de
Cristo: “Habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven
probados” (Hb 2,18). En San Juan de Ávila no se dará, como en Cristo, esa
muerte martirial derramada en la cruz, pero sí la muerte de la caridad, lo que
llamará martirio de la caridad (cf. Carta
76, 95: IV, 327), que le hará que día a día derrame su sangre, su
sufrimiento, en virtud de la obediencia a la voluntad del Padre, y con ese
sacrificio, unido al de Cristo en la cruz, ayude a otros a vivir la alegría del
Señor crucificado y resucitado. También en la vivencia del sufrimiento puede
afirmar San Juan de Ávila con Pablo: “Con Cristo estoy crucificado y, vivo,
pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19-20).
1. ¿Qué entendemos aquí por “sufrimiento”?
Respecto al
vocablo “sufrir”, señala la Real Academia
que el sufrimiento puede ser: 1) sentir físicamente un daño, dolor, enfermedad
o castigo; 2) sentir un daño moral; 3) recibir con resignación un daño moral o
físico, etc. Es decir, no sólo se refiere a lo que produce un padecimiento,
dolor o pena por algo físico sino también moral, en donde se incluye también lo
espiritual. En todas estas acepciones abordamos aquí el sufrimiento.
Con ello
centramos el tema de esta conferencia. Vamos a ver cómo San Juan de Ávila,
desde su propia experiencia de padecimiento espiritual, pastoral, material y
físico (enfermedad) es capaz de hacer el bien al que sufre por cualquiera de
estas razones, y cómo el Santo Maestro se convierte en ejemplo de cómo nosotros
podemos hacer lo mismo.
2. San Juan de Ávila, un hombre acrisolado por
el sufrimiento
Uno de los
secretos de San Juan de Ávila, como sanador de las personas, en el sentido más
amplio del término, es que ha padecido en su vida el sufrimiento, con
frecuencia desgarrador, en sus más diversos aspectos, y por eso puede acercarse
al que sufre desde una perspectiva distinta. Una ligera mirada a su biografía
nos da idea de ello de hasta qué punto el sufrimiento fue una constante en su
vida. Sufrimiento vivido siempre unido al de Cristo en la cruz, por lo que le
asemejó a Él.
Nacido en 1500,
a los 14 años es enviado a estudiar, lo que luego él mismo llamará “negras
leyes”, a Salamanca. Esto nos da una idea de la no agradable estancia en
aquella famosa ciudad universitaria. La vuelta a su casa, sin terminar los
estudios, es ya signo de contradicción para los bien intencionados propósitos
de sus padres, que buscan lo que en aquellos tiempos, y para la gente de su
posición acomodada, se consideraba lo normal, es decir, hacer “carrera”
estudiando Derecho en la mejor universidad del país, Salamanca. De vuelta de aquella
ciudad, se dedica en su pueblo natal, Almodóvar del Campo, provincia de Ciudad
Real, a una vida austera, de oración y caridad buscando la voluntad de Dios
para su vida. Con la ayuda de un franciscano convence a sus padres de que lo
dejen marchar a Alcalá de Henares porque ha descubierto que lo suyo es
sacerdote, y después misionero en las recién descubiertas Indias Occidentales.
Sabemos que a los 26 años, fecha en que celebra su primera Misa en Almodóvar,
sus padres han fallecido, es decir, un misacantano huérfano de padre y madre; con
el consiguiente dolor de una tan gran pérdida. ¿No contribuirá esto, además de
su constante caridad, a su posterior atención especial a los abundantes niños
huérfanos, para los que funda internados, colegios, etc.?
San Juan de
Ávila tiene que vivir con la continua sospecha de ser “cristiano nuevo”, lo que
es un desprestigio continuo, y un motivo para no ser tenido en cuenta en la Iglesia y en la sociedad,
al menos en sus comienzos, con la sospecha continua de una doctrina no
ortodoxa. Esta es todavía una cuestión abierta por parte de los biógrafos. Su
madre es ciertamente cristiana vieja y su padre cristiano nuevo pero de segunda
o tercera generación; razón ésta más que suficiente para ser tenido en aquella
época como cristiano nuevo. Él mismo tiene que afirmar: “Los que por cristianos
viejos nos tenemos”[1]. Mientras espera el barco
para marchar a América el arzobispo de Sevilla le ordena que se quede a
evangelizar en la península, pero no le señala un lugar concreto. Son
contrariedades que San Juan de Ávila irá encajando siempre en la oración y
desde la unión con el Señor.
Después de
algún tiempo predicando en los pueblos cercanos a Sevilla, se establece en
Écija, donde van surgiendo zancadillas a su evangelización, envidias de otros
clérigos, calumnias de alguna gente pudiente que no quería compartir la vida
con los necesitados según dice el evangelio, y que él predica. Todo esto lo fue
viviendo el joven sacerdote Juan de Ávila como el mismo Cristo que ve cómo su
misión no tiene más remedio que terminar en la cruz. En el caso del Apóstol de
Andalucía terminará en la cárcel de Sevilla en 1531. A los casi dos años sale
absuelto, pero con la humillación de tener que ir de pueblo en pueblo (Écija,
Alcalá de Guadaira, Lebrija, etc.) para predicar lo mismo de lo que sin motivo
había sido acusado, siendo vigilado en los más mínimos matices por si podían
echarle de nuevo mano. Incluso al cabo de varios años todavía vivirá las
calumnias y rumores divulgados en Sevilla de que había sido ejecutado por la Inquisición , mientras
en realidad estaba fundando en la otra punta de Andalucía la gran Universidad
de Baeza.
También vivió,
en su retiro por enfermedad en Montilla, el sufrimiento de ver cómo su libro Audi,filia, escrito como ayuda
espiritual primero para la joven Sancha Carrillo y después para todos los
cristianos, fue publicado sin su permiso e incluido en el Índice del Inquisidor
Valdés en 1559. Lo que le obliga a rehacerlo, perfilando ya los contenidos
mucho más, pudiendo estar ahora fundado en lo recientemente afirmado por el
concilio de Trento. Doctrina que en la anterior versión, y antes del concilio,
no se salía de la sana ortodoxia, pero ahora, para que ningún malintencionado
pueda interpretarla de manera tortuosa, cuida mucho más. Tras conocer esta
inclusión en el Índice de libros prohibidos hizo desaparecer muchos papeles,
escritos, sermones, un posible comentario a la carta a los Hebreos, cartas a
diferentes personas, etc., por si eran mal interpretadas. No era sin duda buena
noticia para quien ya había estado en la cárcel, aunque saliera absuelto, y
gozara ya del reconocimiento de muchos obispos. Tuvo que advertir por aquella
época San Juan de Ávila al arzobispo de Granada que circulaban papeles con su
firma falsificada y con contenidos poco ortodoxos. Es decir, este tipo de
sufrimiento, esta cruz, acompaña a San Juan de Ávila toda su vida.
Va a tener que
vivir también el que algunos discípulos defendieran posiciones muy cercanas a
los alumbrados, a los que tiene que advertir seriamente de este peligro, como
es el caso de Diego Pérez de Valdivia, uno de sus predilectos discípulos, y
después profesor, de la universidad fundada por el Santo Maestro en Baeza en
1542. La misma universidad de Baeza, ya en los últimos años de San Juan de
Ávila, es vista con no muy buenos ojos por Roma por sospecha de alumbradismo,
lo que hará que la Compañía
de Jesús no quiera aceptarla como herencia docente del Maestro Ávila, y sí
otros colegios, sobre los que no pesaba esta sospecha. Esto dolió enormemente a
San Juan de Ávila, y pudo haber sido la causa, entre otras, de no pasarse a la Compañía de Jesús cuando
ya estaba viejo y enfermo. Grandes dolores y cruces fueron las de este Juan de
Ávila.
El Apóstol de
Andalucía nos habla también del sufrimiento propio por llevar una vida
cristiana y ser discípulo de Cristo. Ello supone siempre un camino difícil,
pues hay que renunciar a nuestro viejo hombre y revestirnos por el Espíritu del
hombre nuevo; y el único camino para ello es pasar por la cruz, es decir, por
la negación de uno mismo, por la anihilación de nuestro propio yo, es decir,
del amor propio, no en cuanto a la necesaria autoestima, sino en el sentido de creernos
de que somos merecedores por nosotros mismos del favor de Dios y de los demás.
Cuesta trabajo deshacerse –librarnos de nuestra soberbia- y de la mentalidad de
este mundo en el sentido joánico, que en nosotros hace mella. Esta lucha
continua y tentación permanente para no salir de nuestro yo no se hace sino con
verdadero sufrimiento. También nuestros pecados son parte de este sufrimiento,
pues nos hacen no experimentar el consuelo de Dios y nos ciegan para no ver al Dios
misericordioso que derramó la sangre de su Hijo por nosotros, y hasta Él mismo
sufrió el desgarro del sufrimiento de Jesús en la cruz. Pero para Juan de
Ávila, como a Cristo, más le podían los beneficios que con ello se nos daban
que su propio sufrimiento. Vive la cruz propia del cristiano que quiere ser
coherente con la vida y enseñanza del Maestro, Cristo.
No olvidemos
otra fuente constante de sufrimiento en san Juan de Ávila, aún más dura que las
anteriores: la tiniebla espiritual que vivió durante mucho tiempo. Él nos
cuenta al final de su vida que duró durante más de veinte años. Es una especie
de noche oscura de San Juan de la
Cruz , pero que debió de ser tan intensa, que él mismo la
describe como “tiniebla”, que a veces sabe como a infierno. Es ese roer el pan
duro del camino espiritual, donde después de unos tiempos de pan blando o de
leche espiritual o de miel de los comienzos cuenta cómo parece que Dios se esconde,
nos da pan duro, y la miel se convierte en hiel. Noche ténebre del espíritu la
de San Juan de Ávila, como la del mismo Cristo, que la vive en pura fe en el
amor de Dios.
También
experimenta el sufrimiento por una Iglesia que necesita reforma y que no se
parece en muchos casos a la que Cristo fundó y quería, comenzando por los que la
gobiernan. Para lo cual él mismo tiene que dar consejos sobre la vida del Papa,
Obispos, sacerdotes, religiosos y cristianos laicos. Y ve que la Iglesia se desgarra por la
soberbia de Lutero, por una parte, y por los que no hacen nada por su
renovación interna. También sufre la dificultad de renovarla desde dentro, y
las cruces que se tienen que vivir para hacerlo.
También sufre
por una sociedad que no vive los valores del evangelio, una sociedad opulenta,
en donde no son pocos los ricos que se las dan de cristianos mientras no hacen
nada por los pobres, y son ingentes, que viven a su lado, con frecuencia
avasallados a impuestos y condiciones injustas provocadas por parte de los que
los gobiernan (reyes, y señores) y para los que trabajan noche y día. San Juan
de Ávila eligió por propia vocación una vida pobre, pues repartió entre los
pobres de su pueblo el dinero de la mina de plata que recibió como herencia, con
la consiguiente dureza de no saber si comería al día siguiente, pues vivía de
la caridad, sin aceptar estipendios, etc. Rara era la ocasión en que comía
caliente. Además su dolor siempre estuvo en cómo seguir alimentando a los niños
y alumnos de los colegios por él fundados, la mayoría de las veces pobres de
solemnidad, y cómo atender a los enfermos muchos incurables de los pueblos y
hospitales a los que acudía y otros para los que pedía para su construcción y
mantenimiento. Ve el comienzo de una sociedad que quiere renacer, salir de la
Edad Media , y descubrir su propia y
necesaria autonomía, pero que hacerlo quiere quitar a Dios de en medio. Sin
embargo, San Juan de Ávila será el verdadero humanista que predicará que el
verdadero hombre y la verdadera humanidad o se fundamenta en Dios o cae en el
sin sentido de la nada. Por eso dice: “Qué es diré, sino que el hombre con Dios
es como Dios, y el hombre sin Dios es grandísimo tonto y loco?”[2]
No le privó
Dios tampoco de los sufrimientos corporales en sus cada vez más crecientes
enfermedades, que comenzaron ya de una forma continuada cuando contaba con 50
años, y se fueron agudizando de tal forma que, retirado ya en Montilla, vivió a
echa- levanta durante sus últimos 15 años. En 1551 pasa más de medio año
enfermo en la cama. Tenía grandes dolores de estómago y calenturas frecuentes.
Los dolores y enfermedades se acrecientan en 1560 que casi le parece morir. Va
a ser una muerte lenta de nueve años, pues lo será definitivamente en 1569. Aún
así, cuando los dolores se lo permiten, es decir, no son tan increíblemente
intensos, continúa con sus actividades apostólicas: cartas, recibiendo
personas, escribiendo los Memoriales a
Trento para la reforma de la
Iglesia , y a la aplicación de éste en los concilios de
Toledo, etc. En algunas ocasiones comenta cómo le duele la muñeca al escribir,
y en los últimos años ya sólo dicta las cartas al Padre Villarás, que le
acompañó durante todos sus años de estancia en Montilla. El P. Granada, su gran
amigo, discípulo y primer biógrafo, habla de dolores de hijada (bajo vientre) y
de riñones; de gota artérica, con dolores agudísimos en las junturas de los
brazos y piernas; junto a ello, recias calenturas. Es seguro que uno de los
males que le causó la muerte fueron las piedras o cálculos de la vejiga. Desde
1565 nos describe ya sus dolores de ojos y cataratas que le dificultan la
visión. Mucho tiempo de dolores físicos para ese ya envejecido apóstol que
pasaba a la casa del Padre muy mayor para su época, con 69 años. Ya cuando
contaba con 60 años nos dice que lo llamaban viejo. Larga ancianidad la de un
presbítero, anciano, por edad y por vivencia.
Como vemos, no
le privó Dios de grandes sufrimientos a San Juan de Ávila, por eso como
decíamos del mismo Cristo puede así auxiliar a otros que padecen todo tipo de
sufrimientos y tribulaciones.
3.
Buen
samaritano: Ayuda al sufrimiento de los otros
Para San Juan
de Ávila, el prójimo no el que está cerca, próximo, sino aquel que me necesita
esté cerca o lejos. Como el amor de Dios se ha demostrado en la cruz que es
para todos[3],
“porque por todos murió”[4] por
eso hay que amar a todos, especialmente a los que sufren. Prójimo no es aquel
que está próximo, sino aquel a quien me tengo que aproximar: “Todo hombre que
yo pueda aprovechar o recebir de él provecho en acto o en potencia, aquel es mi
prójimo”[5]. Esto
cambia toda la orientación de la caridad con el sufrimiento ajeno. Se trata de
acercarse al que sufre, como Cristo se acercó a nosotros en su encarnación y a
cada uno de los que se encontraba y se hacía el encontradizo buscando
personalmente al que se sufre. Para San Juan de Ávila este acercamiento del
Señor a cada uno, especialmente al que sufre se realiza constantemente al
abajarse a nosotros en la
Eucaristía cada vez que la celebramos para estar a nuestro
lado, y compartir nuestras alegrías y penas. La actitud de compasión y de
misericordia nace del amor y se acrecienta en el contacto con el que sufre. Por
eso, hablando de que la venida de Cristo en la Eucaristía no es de
balde para nosotros, pues produce sus frutos, así tiene que ser el fruto de la
cercanía a los que sufren: “No hay hombre rico, si tiene misericordia, que
entre en un hospital donde hay muchos enfermos necesitados, que no se les
muevan sus entrañas con misericordia, y eche mano a su bolsa, y conforme a su
posibilidad y caridad que Dios le dio, y necesidad de los pobres, les haga
merced […] No, Señor, no venís vos en balde”[6].
Lo primero que
hace con el sufre es sufrir con él, pues el amor lleva a la compasión, al
sentir con, al padecer con el otro. Por eso dice a unos amigos: “Días ha que no
he sabido de vuestra merced ni de su hermano y mío; y aunque estoy flojo en el
escribir, querría a menudo saber cómo les va allá; pues su buen suceso o lo
contrario es mío y lo tengo por tal”[7]. También lo vemos animando a sus
amigos de Écija que sufren por su privación de libertad en la cárcel. Así lo
manifiesta especialmente en las cartas 58 y 64 que veremos con más
detenimiento.
Es importante
destacar que los enfermos van a encontrar una gran ayuda de San Juan de Ávila
por mediación de un hombre, san Juan de Dios, que convertido a Cristo oyendo un
sermón del Santo Maestro, dedicará su vida especialmente a los enfermos, sobre
todo a los mentales. No sólo apoyará a San Juan de Dios en su vida espiritual sino
que él mismo pedirá para la construcción de estos hospitales y pondrá su ya
gran fama como aval para la obra caritativa de aquel.
A San Juan de
Ávila lo vemos alojado en una pequeña estancia en un hospital de Córdoba cuando
es requerido por el Obispo para ayudarle en la evangelización, y no en el
ofrecido palacio episcopal. En el hospital asiste a los enfermos, especialmente
a los moribundos. Esta labor la llevará a cabo siempre, también en Baeza, donde
además de visitar con frecuencia el hospital introduce la norma de que los
universitarios deban hacerlo también, especialmente los sábados. También
introduce en la reforma que hace de los estatutos de las cofradías que éstas
atiendan a los pobres y especialmente a los enfermos en los hospitales destinando
para ello lo que sea necesario para el mantenimiento de éstos así como para su
construcción donde sea preciso. Pero especialmente advierte a las cofradías que
unan sus fuerzas entre sí y con las del prelado, y no quieran sacar beneficio
de los pobres y enfermos y concentren sus fuerzas en uno o dos hospitales donde
se atiendan bien a todos, y no cada cofradía al suyo y además pequeños, lo que
trae gastos desordenados haciendo que se repartan entre sí lo que había de ser
para los pobres: “Y dicha unión de los hospitales se mande, porque es cosa muy
provechosa”[8].
Crea colegios
e internados para huérfanos en toda Andalucía, pidiendo que esta tarea sea muy
tenida en cuenta por los señores y por los gobernantes, y así puedan comer y
encontrar cobijo y labrarse un futuro. Huérfanos que abundaban por las
constantes guerras contra los árabes. En estos colegios menores y mayores
universitarios no sólo se les enseña a salir del analfabetismo sino que se
convierten en auténticas escuelas de vida y virtud, tanto humana como
cristiana.
San Juan de
Ávila ayuda de una especial a través de sus cartas, tanto a aquellos a las que
iban dirigidas, como a los que las han leído a lo largo de los siglos y lo
siguen haciendo en la actualidad. Muchas de ellas están escritas a personas que
sufren todo tipo de sufrimientos espirituales y corporales (enfermedades,
vejez, muerte de seres queridos, sequedad espiritual, etc). Todas ellas están
tan personalmente dirigidas a cada uno y reflejan tan nítidamente las
circunstancias de los destinatarios que sus discípulos no quisieron publicar el
nombre de los mismos al editarlas. Fueron varios miles de cartas. Hoy, hasta la
fecha, nos han llegado 263.
San Juan de
Ávila le preocupa por los problemas de la gente, hasta incluso el recomendar a un
mancebo que no tiene trabajo. También ayuda a poner paz en Baeza mientras
corrían ríos de sangre por las disputas entre las dos grandes familias de la
ciudad. Al mismo tiempo, ayuda a todos aquellos que sufren las maltrechas consecuencias
de trabajar por la renovación de la
Iglesia y también de la sociedad.
En fin, San
Juan de Ávila ha encarnado al buen samaritano, y se puede decir que como dice
el prefacio de Cristo, se ha acercado a todo aquel que sufre en su cuerpo o en
su espíritu y curado sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la
esperanza.
4. Claves en las que ha vivido el sufrimiento
personal: en el Amor de Dios
San Juan de
Ávila es el hombre de semblante dulce, sereno, que contagia paz, alegría,
esperanza según los testimonios de los que le conocían y de los se acercan a su
vida y a sus escritos.
Saber las
claves en las que ha vivido su sufrimiento personal, que como hemos visto, no
fue poco, nos puede servir de una gran luz. Y en esas claves son con las que se
va a acercar a todo aquel que sufre por cualquier motivo, y esas son también
las ideas centrales que les va a transmitir ya sea de palabra, por acciones
concretas, y en sus escritos a todos los que se acercaron y se acercan a él.
4.1. En el misterio de Cristo crucificado[9]
El Maestro
Ávila ha aprendido a vivir en las manos de Dios, en su amor demostrado sobre
todo en Cristo crucificado. Y la principal escuela para vivir esto no han sido
los libros, ni la universidad, sino, como él mismo confiesa, la vida de
sufrimiento. Es la escuela del dolor. Y esto lo experimentó de una forma
singular, y ya para siempre, en la cárcel de Sevilla, cuando contaba con 31
años aproximadamente. En ella se le mostró el amor del Padre que le salía al
encuentro en Cristo crucificado, y que le derramaba su Espíritu consolador.
Ahora, vivido en la cruz de Cristo, su sufrimiento se convierte en fuente de
auténtica alegría y fuente sanadora para los que sufren.
Contamos con el testimonio de
Fr. Luis de Granada de lo acontecido en medio del sufrimiento de la cárcel de
Sevilla, quien relata así lo sucedido en su biografía sobre el Santo Maestro:
“Y así, tratando una vez familiarmente conmigo de esta materia [consolación del
Señor para los que padecen por su amor] me dijo que en este tiempo le hizo
Nuestro Señor una merced que él estimaba en gran precio, que fue darle un
muy particular conocimiento del misterio de Cristo; esto es, de la grandeza
de esta gracia de nuestra redempción, y de los grandes tesoros que tenemos en
Cristo para esperar, y grandes motivos para amar, y grandes motivos para
alegrarnos en Dios y padecer trabajos alegremente por su amor. Y por eso tenía
él por dichosa aquella prisión, pues por ella aprendió en pocos días más que
en todos los años de su estudio. En lo cual vemos haber hecho Nuestro Señor
con este su siervo una gracia muy semejante a la que hizo al profeta Hieremías.
Porque estando, por la verdad que predicaba, preso, le consoló Nuestro Señor en
la cárcel con una gloriosísima y muy alegre revelación, diciéndole: Llámame
y oirte he, y revelarte he muy grandes y verdaderos misterios que tú no sabes [...]
Pues de esta manera consoló Nuestro Señor a este su siervo estando preso,
dándole especial lumbre y conocimiento del misterio de nuestra redención, que
es la más alta filosofía de la
Religión cristiana”[10].
Es decir, nos habla de una
vivencia profunda del amor de Dios en Cristo que le llena de alegría, de
esperanza y de amor, mientras se padecen trabajos por su amor. Con estas
palabras, San Juan de Ávila nos está describiendo la esencia de su vivencia, y
nos está indicando también el contenido de su enseñanza a lo largo de toda su
vida: la grandeza del misterio de Cristo y de nuestra redención, es decir, el
amor de Cristo como manifestación suprema del amor de Dios y los beneficios de este
amor para los hombres.
Desde la
cárcel escribe las cartas 58 y 64 y algunas oraciones contenidas en el Audi, filia[11], que comienza a
esbozar allí. También la carta 81, aunque redactada más tarde, se refiere a lo
allí vivido. Veamos cómo expresa San Juan de Ávila lo que constituye la
experiencia mística del sufrimiento desde la vivencia de la cruz del Señor, que
le marcará toda su vida y ministerio.
4.1.1. Carta 58
En la carta
58, a unos discípulos atribulados comienza por una oración al Dios de la misericordia.
Ya es significativo que el inicio de la carta sea en clima de oración, pues
comienza con el canto a la misericordia de Dios Padre, haciendo suyas las
palabras de Pablo en 2 Cor 1, 3-5: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, Padre de la misericordias y Dios de toda consolación [...]”[12]. A
continuación, comienza a rogar y amonestar a sus amigos diciéndoles que no se
turbaran ante la persecución de que estaba siendo objeto, porque esto es parte
de lo que ocurre con los seguidores de Cristo. Así, les dice: “rogándoos y
amonestándoos de parte de Cristo que no os turbéis ni os maravilléis, como de
cosa no usada o extraña de los siervos de Dios, con las persecuciones o sombra
de ellas que nos han venido”[13]. Y
les dice que no se turben, porque en medio de tanta cruz está experimentando el
abrazo de Dios:
“¡Oh
hermanos míos muy mucho amados! Dios quiere abrir vuestros ojos para considerar
cuántas mercedes nos hace en lo que el mundo piensa que son disfavores,
y cuán honrados somos en ser deshonrados por buscar la honra de Dios, y cuán
alta honra nos está guardada por el abatimiento presente, y cuán blandos,
amorosos y dulces brazos nos tiene Dios abiertos para recebir a los heridos
en la guerra por Él, que sin duda exceden sin comparación en placer a
toda la hiel que los trabajos aquí puedan dar”[14].
Y es que para él los trabajos
de la cruz se han convertido en placer. Por eso dice a continuación: “No sé si
digo bien en llamar trabajos a los de la cruz, porque a mí parecen que son
descansos en cama florida y llena de rosas”[15]. Y
esto está siendo posible porque su cruz está sustentada en Cristo crucificado,
que es Jesús Nazareno, porque es florido[16].
Es aquí precisamente donde interrumpe el diálogo con sus amigos y entra en
oración con el Señor. Oración en la que nos abre su alma y nos ayuda a
descubrir su vivencia y profunda relación con Cristo.
Oración a Jesús Nazareno[17]
“¡Oh Jesús Nazareno, que quiere decir florido, y cuán suave es el olor de ti,
que despierta en nosotros deseos eternos y nos hace olvidar los trabajos,
mirando por quién se padecen y con qué gualardón se han de pagar! ¿Y quién es
aquel que te ama, y no te ama crucificado? En la cruz me buscaste, me hallaste,
me curaste y libraste y me amaste, dando tu vida y sangre por mí en manos de
crueles sayones; pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo, y
hallándote me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en
quien está mi salud. Y, libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no
con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor que en la cruz me
tuviste, amándote yo y padeciéndote por ti, como tú amándome, moriste de
amor por mí. Mas ¡ay de mí, y cuánta vergüenza cubre a mi faz, y cuánto
dolor a mi corazón!; porque siendo de ti tan amado, lo cual muestran tus
tantos tormentos, yo te amo tan poco como parece en los pocos míos. Bien sé que
no todos merecen esta joya tuya, de ser herrados por tuyos con el hierro de la
cruz; empero, mira cuánta pena es desear y no alcanzar, pedir y no recebir,
cuanto más pidiéndote, no descansos, mas trabajos por ti.
Dime, ¿por
qué quieres que sea pregonero tuyo y alférez que lleva la seña de tu Evangelio,
y no me vistes de pies a cabeza de tu librea? ¡Oh cuán mal me parece nombre de
siervo tuyo, y andar desnudo de lo que tú tan siempre, y tan dentro de ti, y
tan abundantemente anduviste vestido! Dinos ¡oh amado Jesús!, por tu dulce
cruz, ¿hubo algún día que aquesta ropa te desnudases, tomando descanso? ¿Oh
fuete algún día esta túnica blanda, que tanto a raíz de tus carnes anduvo,
hasta decir: Triste es mi ánima hasta la
muerte? (Mt 26,38). ¡Oh, que no descansaste, porque nunca
nos dejaste de amar, y esto te hacía siempre padecer! Y cuando te
desnudaron la ropa de fuera, te cortaron en la cruz, como encima de mesa, otra
ropa bien larga dende pies a la cabeza, y cuerpo y manos, no habiendo en ti
cosa que no estuviese teñida con tu benditísima sangre, hecho carmesí
resplandeciente y precioso: la cabeza con espinas, la faz con bofetadas, las
manos con un par de clavos, los pies con uno muy cruel para ti, y para nosotros
dulce; y lo demás del cuerpo con tantos azotes, que no sea cosa ligera de los
contar. Quien, mirando a ti, amare a si y no a ti, grande injuria te hace.
Quien, viéndote tal, huyere de lo que a ti lo conforma, que es el padecer, no
te debe perfectamente amar, pues no quiere ser a ti semejable. Y quien tiene
poco deseo de padecer por ti, no conoce a ti con perfecto amor; que quien con
este te conoce, de amor de ti crucificado muere, y quiere más la deshonra por ti
que la honra ni todo lo que el engañado y engañador mundo puede dar.
Callen,
callen, en comparación de tu cruz, todo lo que en el mundo florece y tan presto
se seca; y hayan vergüenza los mundanos del mundo, habiendo tú tan a tu costa
combatido y vencido en tu cruz; y hayan vergüenza los que por tuyos son tenidos
en no alegrarse con lo contrario del mundo, pues tú tan reprobado y desechado y
contradicho fuiste de este ciego mundo, que ni ve ni puede ver la Verdad , que eres tú. Más
quiero tener a ti, aunque todo lo
otro me falte —que ni es todo ni parte, sino miseria y pura nada—, que estar yo de otro color que
tú, aunque todo el mundo sea mío. Porque tener todas las cosas que no eres tú,
más es trabajo y carga que verdadera riqueza; empero, ser tú nuestro, y
nosotros tuyos, es alegría de corazón y verdadera riqueza, porque tú eres el
bien verdadero”[18].
Gracias a esta oración podemos
entrever lo que estamos buscando: la experiencia del amor de Dios en Juan de
Ávila. Había comenzado la carta 58 dando gracias al Dios y Padre de
Jesús. Y ahora ha descubierto en la cruz los abrazos de Cristo y del Padre. Y
esto lo hace porque Dios, para él, es, sobre todo, el Padre de nuestro Señor
Jesucristo; y la cruz es la manifestación suprema de su amor. En la cruz se ha producido
el encuentro definitivo amoroso entre Dios y él, la realización de la obra de
la redención que le había comunicado a Fray Luis de Granada. Por eso dice: “En
la cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me amaste, dando tu
vida y sangre por mí [...] Amándome, moriste de amor por mí”[19]. Ha
sido la experiencia de la transfiguración. Por eso, Jesús Nazareno, sin figura
de hombre, se convierte en “florido”[20],
desprendiendo un suave olor, y toda su ropa, y todo Él, teñido ahora de sangre,
se “ha hecho carmesí resplandeciente y precioso”[21]. Un
amor que nos viene en la cruz sin nosotros merecerlo, un amor que tiene que ser
correspondido por nuestra parte también en la cruz. En ella ha descubierto el
verdadero sentido de su vida y de la vida de todos: la vida consiste en ser de
Cristo, como Él lo es de nosotros: “Ser tú nuestro, y nosotros tuyos, es alegría de corazón y
verdadera riqueza, porque tú eres el bien verdadero”[22].
Ante el sufrimiento de la cárcel, que es casi sufrimiento de muerte, pues
su vida pendía de un hilo, y de tres testigos falsos, no hace sino ponerse en
las manos de Cristo. Por eso les dice que no se turben pues sólo está
experimentando allí lo que le ocurre a un verdadero discípulo de Cristo y lo
que él mismo les había enseñado durante las lecciones en Écija: “Porque esto
–les dice en la carta 58- no ha sido sino una prueba o examen de la lección que cinco o seis años ha que leemos diciendo:
«¡Padecer! ¡Padecer por amor de Cristo! […] de mí os digo que no tengo en un
cabello cuanto amenazan, porque no estoy sino en manos de Cristo”[23].
En otro lugar utiliza también un símil académico para
hacernos comprender que en el sufrimiento, en este caso por la enfermedad, es
cuando se experimenta el sentido pasivo; y es entonces cuando Cristo actúa
subiéndonos de nivel, “porque el pasar de obrar bien a padecer, es mejorar
Cristo a los suyos y subirlos de aula de menores a mayores” (Carta 151
[1], 2-4: IV, 523). Algo parecido experimentó San Juan de la Cruz en la cárcel de Toledo,
pues allí, en la pasividad más absoluta, y volcado en sólo las manos de
Dios, fue llevado a las más altas cumbres de la contemplación; cf. F. Ruíz, Místico y Maestro, San Juan
de la Cruz ,
20-22.
Es la misma experiencia del profesor Juan Luis Ruíz de
la Peña a las puertas
de la muerte, provocada, en este caso, por un cáncer, cuando escribe ocho días
antes de morir: “¿Queda algo por hacer con lo que resta de esas notas
especificativas de la persona (del sujeto-que-dispone-de sí)? No mucho, me
temo.
No conozco ninguna lectura (filosófica o religiosa)
del fenómeno humano que pueda justificar este tránsito del satisfacere al
satispati del modo como lo hace la fe cristiana. Cuando la enfermedad le
descubre cuán precaria era, a fin de cuentas, esa pretensión en la que cifra su
autoestima, ¿dónde encontrar la clave que esclarezca la radical inversión de su
instalación en la realidad por la que está pasando? ¿De dónde recabar el temple
preciso para encajar tan dolorosa metamorfosis?
Sólo el paradigma de una pasión que es acción
libremente diseñada puede esclarecer la aporía. Sólo el hecho-Cristo sirve aquí
de algo. Todo lo demás es literatura (generalmente mediocre), patético
titanismo o huida encubridora de la situación que se está viviendo. El ‘in
manus tuas commendo spiritum meum’ es, en esta coyuntura, la única fórmula con
sentido, la sola consolación posible, en la fe en el Dios vivo y en la
esperanza de la victoria sobre la muerte”[24].
4.1.2. Carta 64
La experiencia de
sufrimiento, si se vive en las manos del Padre Dios y de Cristo, se convierten
en fuente de paz y de incluso gozo. Al meternos en las llagas de Cristo en las
llagas de Cristo, que es lo que hizo San Juan de Ávila, experimentamos lo que
él mismo experimentó: “Sentiremos las injurias por tan suaves como una música
acordada y las piedras nos parecerán piedras preciosas, y las cárceles palacio,
y la muerte se nos tornará vida”[25].
Y este cambio es gracias a Jesucristo, que todo lo convierte en bien: “¡Oh
Jesucristo, y cuan fuerte es tu amor; y cómo todas las cosas convierte en bien, como dice San Pablo! (cf. Rom
8,28)”[26].
Seguidamente, San Juan de
Ávila nos describe la situación penosa de la vida de la cárcel, aunque en todo
momento está mantenido y sustentado por Dios: “Cierto, quien de tu amor se
mantiene no morirá de hambre, no sentirá desnudez, no echará de menos cuanto en
el mundo hay, porque, poseyendo a Dios por el amor, no le falta cosa que buena
sea”[27].
[…] “Quiero decir, cómo los que aman a
Dios en las injurias no sienten injurias; en el hambre están hartos; desechados
del mundo, no se afligen; tentados del fuego carnal, no se queman; hollados,
están en pie; parecen pobres, y están muy ricos; feos, y son hermosos;
extranjeros, y son ciudadanos; acá no conocidos, y muy familiares a Dios”[28].
Es importante notar San Juan de
Ávila vive el sufrimiento presente con la esperanza en la bienaventuranza de
los sufridos: “Tengamos todas las cosas por estiércol por ganar la perla
preciosa, que es Cristo; y por verle en su gloria hermoso y con gozo, abracemos
acá su deshonra y trabajo. [...] ¡Oh cuánto será el gozo de los buenos
entonces, cuando honrados por Dios se asienten en las sillas aparejadas ab
aeterno y junto con los coros angélicos alaben a Dios su señor! ¡Oh cuánto
será el gozo de aquellos que han de ver al Rey en su hermosura! (Is
33,17). En la cual contemplando, estarán tan contentos, que ningún seno quedará
que no rebose de lleno aquel licor y bálsamo que crió todos los licores buenos;
al cual comparada toda hermosura es fealdad y la luz del cielo es tiniebla, y
los grandes deleites son amargura; y por no decir cada cosa por sí, todas las
cosas juntas en comparación de ésta no son cosa, ni por algo se deben contar”[29].
4.1.3. Oraciones en el Audi,
filia:
Las oraciones contenidas en el libro Audi,
filia, que se comenzó a escribir también en el
periodo de la cárcel de Sevilla nos reflejan también esta unión de los
sufrimientos presentes con los de Cristo en la cruz, y con ellos también sus
sentimientos, que a veces son de auténtico gozo por el bien que de revierten en
la humanidad. Veamos cómo San Juan de Ávila reza a Cristo, y nos descubre su
alma en estos momentos de sufrimiento, que se convierten en auténtico gozo en
Cristo.
a) Oración a Cristo crucificado en el día de
la alegría de su corazón
“[…] Y como
el esposo desea el día de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu
pasión, para sacarnos con tus penas de nuestros trabajos [...] Y pues lo que se
desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión,
pues era deseado por ti [...] y por eso quedó vencedor tu amor, y como llama viva, no se pudieron apagar los ríos
grandes (cf. Cant 8,7) y muchas pasiones que contra ti
vinieron. Por lo cual, aunque los tormentos te daban tristeza y dolor muy de
verdad, tu amor se holgaba del bien que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón”[30].
Esta oración contiene la
esencia de lo que significa Jesucristo crucificado para San Juan de Ávila. Ella
es símbolo del amor y de la alegría de Cristo que se da libremente por
nosotros. Ella es la meta de la carrera que Cristo comenzó en su Encarnación.
Su sufrimiento y tormento, mayor del que se pueda imaginar, no tiene
comparación con el amor que en su corazón ardía. Quien reconozca en la cruz
este amor de Dios, comenzará a amarlo y experimentará sus beneficios, ya que
esta “llama viva”[31],
este “fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos,
abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con
las mercedes que en tu vida nos heciste”[32].
b) Oración
a Dios misericordioso, que nos oye, nos ve e inclina su oreja
“¡Bendito
seáis, Señor, para siempre, que no sois sordo ni ciego a nuestros trabajos,
pues los oís y veis, ni cruel, pues se dice de vos: Hacedor de misericordias, y misericordias de corazón, es el Señor,
esperador muy misericordioso (Sal
102,8), ni tampoco eres flaco, pues todos los males del mundo son flacos
y pocos, comparados a tu infinito poder, que no tiene fin ni medida! […]. Y
dices: Oí tu oración y vi tus lágrimas [...]; con otras secretas mercedes
que le hiciste tú, benigno, que no desearías venirnos males, sino para sacar de
allí mayores bienes, enseñando tu misericordia en nuestra miseria, tu bondad en
nuestra maldad, tu poder en nuestra flaqueza”[33].
Esta oración es un canto a la
misericordia de Dios, por eso comienza exclamando: “¡Bendito, seáis, Señor!”[34];
porque nos oye y nos ve en nuestros trabajos y en nuestras penas. La hace
alguien, San Juan de Ávila, que lo sabe por experiencia, pues ha comprobado
cómo ha sido oído y visto en su aflicción de la cárcel, a la que ha sido
conducido por las injurias recibidas.
4.1.4. En Cristo
crucificado se nos derrama el Espíritu consolador
San Juan de Ávila, al
describir la entrega de Cristo en la cruz en Audi, filia (II), nos hace caer en la cuenta de que cuando Cristo
fue puesto encima de la cruz “tendió sus brazos para ser crucificado, en señal
que tenía su corazón abierto con amor”[35],
“extendido para con todos”[36], y
que de allí, “del centro de su corazón”[37],
porque “tal fuego de amor estaba metido en lo más dentro de aquella sacratísima
ánima”[38],
salían “resplandecientes y poderosos rayos de amor que iban a parar a cada uno
de los hombres pasados, presentes y por venir”[39].
Pues bien, muchos son los paralelismos de este descenso del amor de Jesús, que
sale desde el centro de su corazón, con la venida del Espíritu en Pentecostés,
descrita en el sermón 32.
En resumen,
éstas son las claves de su experiencia, pensamiento y por tanto de su
enseñanza: El amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo. El sufrimiento,
venga de donde provenga, es motivo para asemejarnos a Cristo, y por tanto de
crecimiento espiritual, de vivir en intimidad con él y experimentar así su paz,
consuelo, alegría. La esperanza en que los trabajos y sufrimientos no serán
definitivos sino que acabarán cuando lleguemos a la vida eterna, en realidad se
va cumpliendo ya en el que sufre, un gusto de la bienaventuranza definitiva. Esto
lo ha experimentado personalmente y lo puede así enseñar. Por eso encuentran
consuelo y esperanza los que sufren por cualquier causa. Por lo tanto, San Juan
de Ávila, desde su larga enfermedad física, y de noche oscura, que incluso
califica de tinieblas espirituales, puede durante su vida no sólo consolar a
otros sino ayudar a vivir el gozo de la cruz.
5. Ayuda a los otros a vivir alegres en Dios en medio de sus
sufrimientos
El problema
del sufrimiento no es sólo lo que se sufre, sino especialmente el encontrar o
no el sentido de ese sufrimiento. Y mucho más todavía cómo seguir creyendo en
la bondad de Dios en medio del sufrimiento.
El amor de
Dios que San Juan de Ávila ha experimentado derramado es ahora derramado a
todos especialmente hacia los que sufren, como hacía Cristo. Es el místico de
la cruz, como Cristo, pues la cruz es su cama florida, como Cristo. Sólo los
místicos, y esto es un don, viven la cruz como regalo, y le ayudan a los demás
a experimentarlo. Esto sólo se vive colgado de la cruz del Señor, que
experimentó en la cruz el día de la gran alegría de su corazón, por el bien que
de él salía y porque había descubierto que ahí estaba el Padre con su amor y
desde allí se le derramaba el amor del Espíritu.
Creída así la muerte de Cristo en sentido tan personal, es
lógico que produzca en cada uno de nosotros grandes sentimientos de amor hacia
Él, y comencemos a experimentar la fuerza de la fe, y que uno pueda caminar en
amor de Dios en cualquier situación, hasta incluso en medio de las tempestades.
Por eso, la verdadera fe no se fija en lo que uno experimenta, o en otras
circunstancias, sino sólo en el Crucificado y en el amor que allí nos ha
mostrado:
“[...] y como no está arrimada la vista [escribe a una mujer trabajada
con peligrosas tentaciones][40] sino
a la bondad de su Señor, no se ha de mirar lo que siente ni de qué parte sopla
el viento, sino, como áncora fijada en el suelo del mar, asirse firmemente con
el Crucificado y fijar su pensamiento en él y decir: ‘Tú, Señor, moriste por mí
antes que yo naciese, me buscaste con dolores, sin buscarte ni llamarte yo;
agora que te llamo y te quiero no me desampares. Si abrigaste a quien te era
enemigo, no desecharás a quien te desea servir y a la que ya tomaste por tuya’.
Y en esta fe vivirá, e irá segura entre las olas y tempestades que en la mar se
ofrecen, aunque parezca que ya se hunde la nao”[41].
San Juan de Ávila es, por tanto,
uno de los promotores de la corriente del beneficio de Cristo, quien hablando
desde su propia experiencia de saberse amado desde el Señor crucificado que ha
dado su vida por él, y basándose en Pablo y San Agustín, sobre todo, ha puesto
de manifiesto que la razón de ser del sufrimiento y amor de Jesucristo ha sido
llevar su amor salvador a cada uno de los hombres de cada periodo de la
historia. Para él sólo cuando se tiene esta experiencia personal de que Cristo
lo ama personalmente y que dio su vida por cada uno es cuando se experimenta
verdaderamente el amor de Dios.
Este ejercicio
de la meditación de la pasión de Cristo lo propone Juan de Ávila en lo que
podríamos llamar su testamento espiritual, como último deseo de su vida para
bien de sus discípulos y de todos los cristianos. Así, al redactar el cap. 81
de Audi, filia (II) cuando se encontraba ya muy enfermo, lo presenta
como un camino seguro para caminar a Dios y para experimentar su amor,
poniéndose él como testigo de que conoce gente que lo ha conseguido. Así nos
dice: “Aunque he visto a personas ejercitarse en ella años y años, sin gustar
mucho de ella, mas perseverando, les ha pagado nuestro Señor lo que antes les
había dilatado, que dieron por bien empleados los trabajos pasados con la paga
presente”[42].
También
insiste San Juan de Ávila en que gracias a esta fe y amor a Cristo, el creyente
vive envuelto en una atmósfera de amor de Dios, y sentirá el amor de Dios en
todas las cosas porque tiene ya sentado en su memoria lo que dice San Pablo: “Que
cuando Dios a su Hijo nos dio, todas las cosas nos dio con Él (cf. Rom
8,32)”[43].
Es verdad que
al reconocer nuestra debilidad y la debilidad del mundo que nos rodea nos llama
a la humildad, pero es en esta actitud como salimos enriquecidos, y en la que
encontramos nuestro gozo. “Y conoce entonces cuán verdadero cantar es aquél: Llenos
están los cielos y la tierra de tu gloria (Is 6,3). Porque en todo
lo criado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea de Dios”[44].
6. Experiencia del amor de Dios cuando parece nos
da la espalda[45]
Estudiamos
ahora cómo aborda San Juan de Ávila en todos sus escritos la experiencia del
amor de Dios cuando todos los indicios nos indican que parece que nos ha abandonado.
Verdaderamente este es un aspecto poco analizado en San Juan de Ávila, y que
ofrece mucha luz para abordar una cuestión crucial: ¿cómo seguir experimentando
el amor de Dios cuando parece que se ha ido de nuestro lado y nos ha dejado no
sólo en noche oscura sino en tinieblas? Las numerosas cartas a personas que
sufren o sequedad espiritual o sentimientos de que Dios no les ama por diversos
motivos: enfermedades, contratiempos, etc., y en las que el Santo Maestro anima
a seguir confiando en Dios, serán sin duda, la base fundamental, aunque no
exclusiva, de su pensamiento ante esta cuestión que tratamos.
Bien puede
ayudarnos a ver claro en medio de la oscuridad aquel que ha vivido también
largos años de verdadera oscuridad. Es importante ver cómo parece que se
refiere a él mismo cuando dice en la carta 184, la última que escribió o
dictó, cuando estaba a punto de morir, confiando en la Bondad de Dios durante 20
años de sequedad espiritual. Bien pudiera ser un gran resumen de cómo hay que
afrontar esta situación. También habla San Juan de Ávila de cruz,
persecuciones, etc. Y todo se acepta porque se acepta su voluntad, y hasta
bendice a Dios por ello, lo cual indica el culmen de una vida totalmente en las
manos de Dios[46]:
“¡Oh bendito seas, Dios mío, Criador de todas las cosas y vida de todo
lo que es, pues siendo tú Criador y yo criatura pecadora, tú ser infinito y
nosotros nada y miseria, lleguemos a tan alto y a tan grande participación en
tu suma Bondad, que te parezcamos en el querer y en el juzgar! Vos, Señor,
decís que esto es bueno. Lo mesmo decimos nosotros. Vos lo queréis, también lo
queremos acá. Haos parecido que veinte años estemos en una cruz con sequedades
y tentaciones, aceptémoslo de muy buena gana. Queréis que seamos testimoniados, abatidos y
deshonrados y perseguidos; el mesmo voto tenemos y por vuestro seso nos
gobernamos”[47].
Ciertamente
este párrafo, esta oración a Dios desde el lecho de la muerte, sintetiza toda
la vida espiritual de San Juan de Ávila. No se ha valorado lo suficiente este
periodo de 20 años retirado en Montilla, pues se ha hecho alusión sobre todo a
las enfermedades y grandes dolores que allí sintió. En cambio, ha sido un
período mucho más oscuro, pues habla de auténtica sequedad, cruz, persecución,
deshonra, etc. Sin embargo, desde ese período, desde esa oscuridad, es donde
San Juan de Ávila ha iluminado más poderosamente a los que han acudido a él, y
a la Iglesia
entera.
Es importante
destacar cómo está viviendo esta situación desde el “¡Bendito seas, Dios mío
[...]!”[48] y
que recoge hasta donde había llegado en la unión y experiencia de la bondad de
Dios: “lleguemos a tan alto y a tan grande participación en tu suma Bondad, que
te parezcamos en el querer y el juzgar”[49].
Esto dice unas líneas más arriba que es el mayor contentamiento: “porque no
puede el alma subir a mayor dignidad ni hacer cosa más ilustre ni de mayor
honra ni grandeza, ni aun de mayor contentamiento, que tener tanta conformidad
y amistad con Dios, que quiera una mesma cosa con Él”[50].
Porque no hay unión más grande que aquella en la que el amigo desea lo que
quiere el otro. Desde aquí es como hay que vivir los momentos de oscuridad. El
llegar a tener esta unión de voluntad con Él es el mayor contentamiento que se
puede experimentar.
Por eso le dice al destinatario de la carta que,
aunque se hayan experimentado dones de Dios, hay que seguir en el camino de
perfección hasta llegar a tener esta unión y amistad con Dios:
“Y mirad que os oso decir que no ternéis aun pureza de espíritu si
paráis ni aun ponéis vuestro fin en sus dones, cualesquiera que ellos sean,
aunque me los pintéis altos y del cielo, dulcísimos y secretos. Pasad delante
de todo lo que podéis comprender y de toda criatura, y sólo descansad en
aquella voluntad de vuestro incomprehensible bien infinito, y aquél abrazad y
amad como quiera que os sucedan las cosas, prósperas o adversas, seguras o de
grandes peligros”[51].
San Juan de
Ávila advierte precisamente que querer aferrarnos a la tristeza sin medida en
estas situaciones de oscuridad y sentimientos de disfavores de Dios nos viene
de no poner nuestra voluntad en consonancia con la suya, estando agarrados a la
nuestra. Ya que si se miran desde los ojos puestos en su voluntad, aunque
parezca que Dios está ausente y los desconsuelos son muy grandes, siempre uno
los vive en verdadera actitud de encuentro con el Señor, como veremos que nos
dice San Juan de Ávila, y, por lo tanto, hasta con alegría.
Sin duda
porque él mismo ha pasado estos períodos de dificultad y de noche, San Juan de
Ávila nos ha hecho una perfecta radiografía de lo que se vive en ellos. La
situación por la que a veces atraviesa el creyente, descrita con sólo los ojos
humanos, es de total oscuridad, “un abismo de obscuridad y desmayo”[52],
“una obscuridad tenebrosa y aflicción interior, que hace sudar al corazón gotas
de sangre”[53]; y más que oscuridad son
tinieblas[54], y tan densas y oscuras,
que parecen señales de infierno, y principio de él[55],
porque “cuando Dios esconde su cara, y no enseña favor al alma sino desfavor,
y, siendo, perseguida de sus enemigos, no siente el favor de su buen Amigo,
entonces es el padecer duro y sabe a tormentos de infierno”[56].
La experiencia se hace más oscura todavía si, como suele
suceder, después de haber experimentado el gusto de Dios, y haber tenido experiencia
de su Amistad, parece como si Él se retirara, produciendo en el verdadero
creyente auténticos suspiros ante su ausencia, pues ya nada le harta. Es una
verdadera experiencia de auténtica noche, y a veces de tanta oscuridad que le
llama tinieblas, por la que el creyente pasa, y es que después que se ha
gustado a Dios a veces se nos aparta un tanto.
Esto produce
auténticos suspiros en los verdaderos creyentes, aunque se queja San Juan de
Ávila de que con frecuencia ve gente que no los tiene, y esto es señal de que
no han gustado anteriormente a Dios: “¿Adónde están los entrañables sospiros de
las ánimas que una vez han gustado a Dios y después se les aparta algún tanto?”[57].
Él mismo nos
describe con absoluta precisión su experiencia de esta ausencia de Dios en la carta
20[58],
escrita para una persona que había vivido anteriormente tiempo de regalos de
Dios y que ahora se siente con trabajos y viviendo “en flaca fe con ellos”[59]. Y
así le contesta:
“No me espanto de vuestra flaqueza, porque probado cuán trabajosa cosa
es asconderse Dios al alma que le busca, no sé qué fatiga se le pueda igualar
con la que trae su ausencia al ánima deseosa, dejada como en unas escuras
tinieblas, que ni sabe por dónde camine ni tiene gana de estarse queda. Si
quiere buscalle, no le halla; y si quiere quejarse, no descansa; si
contentarse, no puede; si llama, no le responden; y si no, reprehéndele la
conciencia; porque así como las consolaciones de Dios son mayores que se pueden
decir, así las desconsolaciones de la ausencia son increíbles a quien no las
pasa”[60].
Y dice a
continuación que
“[...] sabe el Señor desconsolar a los suyos tan de veras, que ningún
consuelo les puede consolar ni alegrar ni aun aliviar el gran peso de la
tristeza; [...] así estos muy desconsolado[s] les suele acaecer crecer la
tristeza con los medios que para se consolar suelen tomar. Este es el verdadero
destierro, [d]onde hay diversas tentaciones, por donde Dios lleva a los que
saca de Egipto”[61].
Gran precisión
a la hora de describir la noche oscura, donde no se siente el consuelo de Dios
y donde la única forma de vivir es la fe en el camino del destierro, pero que
en realidad es camino de la liberación de Egipto, que ahora pasa por el
desierto que se convierte en verdadero destierro. La fe, que nos da esperanza
es la actitud con la que hay que vivir esta situación: “Ni éstas ni otras
[desconsolaciones] le desmayen en la fe, pues es más cierto lo que Él nos
promete que lo que nosotros sentimos”[62]. Por
eso dice con qué actitud hay que vivir esta salida de Egipto:
“No sea vuestra señoría como los flojos de Israel, que a cada cosita
trabajosa que se les ofrecía en el desierto, luego se quejaban y se arrepentían
de la salida de Egipto (cf. Éx 16,2s; 17,2s); mas ponga sus ojos en quien la
sacó, que Él la defenderá del calor del sol, que no la queme, y de la luna y
frío y tinieblas de la noche (Sal 120,6), para que no encuentre
con malos encuentros, pues que Dios ha tomado a su cargo este negocio, y
mandado que confíe de Él”[63].
6.1. Sensación
de que Dios nos abandona es señal de que somos amigos suyos y motivo de
crecimiento en el amor a Dios
La posición de
San Juan de Ávila es que a Dios se le siente cercano en medio de esta noche
oscura, en medio de este “destierro”, porque ahora el creyente lo ve como un
testimonio de que somos verdaderos amigos de Cristo, e hijos suyos, una de sus
ovejas[64],
pues quiere que nos parezcamos cada vez más a su Hijo, que, siendo Hijo muy
amado, se dio por nosotros en prueba de amor. Por eso nos recuerda: “Mirad que
dice la divina Escritura: Bienaventurado el varón que sufre la tentación,
porque cuando fuere probado recibirá corona de vida, la cual prometió Dios a
los que le aman (Sant 1,12)”[65]; y
exhorta: “No temáis de beber con paciencia lo que Dios manda con amor”[66].
San Juan
de Ávila ve esta situación de aparente ausencia de Dios como una situación
privilegiada, un gesto de amor de Dios para con sus amigos, que quiere que
crezcamos en amor hacia Él. Es un verdadero camino de salida el que nos
propone, dejando la esclavitud de Egipto, que es la esclavitud de nuestro amor
propio, en el que nos conducimos por sólo nuestra voluntad, y pasando al camino
de Dios. Con este camino de salida que el Señor nos propone tendríamos que
considerarnos privilegiados. Por eso pone en boca del Señor:
“No sintáis de mí humanamente, según vuestro parecer, mas en viva fe con
amor; no por las señales de fuera, mas por el corazón, el cual se abrió en la
cruz por vosotros, para que ya no pongáis duda en ser amados en cuanto de mi
parte, pues veis tales obras de amor de fuera y corazón tan herido con lanza y
más herido de vuestro amor por dentro”[67].
Es una fe que
no pide razones, es un amor que sólo da sin esperar recibir, es una paz que no
tiene consuelo, es una verdadera confianza, aún cuando no sentimos los regalos
de Dios. Sólo así es como podemos esperar fortaleza en Dios:
“Asentemos, pues, nuestro corazón con esta fiucia de Dios, la cual
tengamos aunque no sintamos el dulzor de las consolaciones de Dios. Porque así
como la fe verdadera es la que cree sin milagros y razones, y el amor verdadero
el que ama, aunque es azotado, y la verdadera paz que sufre más sin
consolación, ansí la verdadera confianza es cuando estamos firmes y no sentimos
los regalos de Dios. Confiemos un día de Dios sin que nos dé prendas y osemos
esperar que nos irá bien con El, pues él lo manda y ansí lo esperamos.
¿Sentímonos flacos? Esperemos en Dios, y seremos fuertes; porque los que en
Dios confían mudarán fortaleza, y tomarán alas como palomas, volarán y no
faltarán (cf. Is 40,31; Sal 54,7)”[68].
En realidad,
cuando Dios parece que se esconde es para que salgamos más de nosotros mismos,
y de nuestro parecer, y nuestro gustos, y crezcamos en amor hacia Él y así nos
acerquemos a su parecer, y éste sólo sea nuestro contento. Por eso afirma: “No
conviene que ninguno sea amigo de Dios sin que padezca”[69]; así
el Señor quiere que en este camino de salida de Egipto vayamos creciendo en
amor hacia Él. Lo que parece un disfavor de Dios, es en realidad una prueba de
su amor que nos ayuda a crecer en amor. En la carta 201 dice Dios nos
ama y se esconde como el esposo que para que la esposa, un tanto dormida en el
amor hacia Él, despierte y le busque le da una puntada en el corazón y se
esconde:
“[...] lo que le pasa a la esposa, de la cual nos dicen los Cantares
que, viéndola su esposo descuidada, diole una puntada en su corazón, y fue tan
fuerte, que le hizo salir corriendo a buscarle: ¿Vistes, vistes por allá —preguntaba
a todos— el que ama mi ánima? (Cant 3,3). Y ansí, la que estaba
descuidada agora no puede reposar, y la que antes no podía velar agora no puede
dormir, deseando que su marido le torne a ver, deseando, como cierva herida,
beber el agua refrigerativa de la fuente clara (cf. Sal 41,2)”[70].
6.2. Para que
salgamos de nosotros mismos
San Juan de
Ávila explica el porqué de esta aparente marcha del Esposo: “se esconde el
esposo algunos raticos, para que con mayor fervor desee la esposa su tornada.
Porque, según es grande nuestra flaqueza, aflojaríamos el amor si siempre le
tuviésemos presente”[71].
La noche y la
ausencia se convierten para San Juan de Ávila en otra prueba de amor del Señor,
a la que manda algunas veces a sus discípulos que entren en la mar y “se
desteten de tu dulce conversación”[72],
aunque nunca está lejos de ellos. Es más, en la noche le descubrirán todavía
más presente. La noche se convierte así en una nueva y mejor ocasión para el
encuentro con el Señor, al que le descubrimos presente en medio de la noche,
porque el Señor aunque parece que se va, en realidad no lo hace. Por eso dice a
Jesucristo el Apóstol de Andalucía:
“[...] piensan que los tienes olvidados y que duermes, y estás, las
rodillas hincadas orando por ellos. Y cuando son pasadas las tres partes de la
noche, cuando a tu infinito saber parece que basta ya la penosa ausencia tuya
para los tuyos que andan en la tempestad, desciendes del monte y, como Señor de
las ondas mudables, andas sobre ellas —que para ti todo es firme— y acércaste a
los tuyos, cuando ellos piensan que están lejos de ti, y dícesles palabras de
confianza, que son: Yo soy, no queráis temer (Mt 14,27)”[73].
Es más, Dios
“quiere tomar este negocio por suyo y estar más cerca de su siervo cuando al
siervo parece que está más lejos”[74]. Y
es que nos une más a Cristo cuando tenemos estos sentimientos de ausencia de
Él, como sucedió a los Apóstoles, que al venir el Espíritu Santo sobre ellos
quedaron “más ligados con cuerdas de amor con el ausencia, que primero lo
estaban en presencia”[75].
Cuando toda la
vida se mira desde la luz de fe se puede ver cómo “verdaderamente entre los
trabajos anda Dios, y entre las llagas anda poniendo medicina, en la soledá
compaña y cuando más estamos olvidados de Él, no se olvida de nosotros: Si
alguna madre fuese tan cruel, dice el Señor, que pudiese olvidar al hijo
que parió vivo, yo que no os olvidaré (cf. Is 49,15)”[76].
Por eso
exclama: “¡Oh si viésemos cuán metidos nos tiene en su corazón, y cuando a
nosotros nos parece que estamos alanzados, cuán cercanos estamos a Él!”[77],
porque verdaderamente Él está muy cerca de nosotros. El creyente que así lo
reconoce puede ver cómo el Señor lo visita en la noche, de manera que “pueda
decir al Señor: Probaste mi corazón y visitástelo en la noche [...] (Sal
16,3)”[78]. Y
como dice en otro lugar: “Diga a nuestro Señor: [...] Aunque os escondéis,
conmigo estáis, según vuestra promesa que decís: Con él estoy en la
tribulación (Sal 90,15)”[79].
La noche se
convierte así en presencia del Espíritu, al que se le invoca en medio de la
oscuridad. Por eso, “seamos como aquel que dijo: Mi ánima te desea en la
noche; y en mi espíritu y en mis entrañas, de mañana velaré a ti (Is 26,9).
De noche desea al Espíritu Santo quien se ve atribulado y no pone su fiucia
en su brazo, sino sospira a este Espíritu como a consuelo de tristes y alivio
de trabajados”[80]. Y este Espíritu “renueva
lo caído, alumbra lo oscuro, calienta lo frío, endereza lo tuerto, alienta lo
cansado y, dando cada día nuevas fuerzas, hace volar hasta el monte de Dios”[81].
El mismo San Juan de Ávila describe también cómo es este
consuelo de Dios, y lo hace de tal manera que refleja su propia experiencia,
pues sólo quien lo ha probado puede afirmar lo siguiente:
“Las consolaciones de Dios son mayores que se pueden decir [...] Creo,
doncella, que sabe nuestro Señor consolar a sus ánimas tan de verdad, que
ningún seno se les quede que no esté lleno y rebose de gozo; y tan de verdad,
que ninguna cosa entonces se le[s] ofrezca que les parezca que les pueda
entristecer; mas, como lo dijo Cristo: Vuestro gozo ninguno os lo quitará (Jn
16,22), lo prueban ellos ser muy verdadero, teniendo tal experiencia
cual quien no la tiene no lo puede decir ni creer”[82].
Verdaderamente, el párrafo anterior describe la
experiencia mística de San Juan de Ávila. La alegría y el gozo, de quien se
siente lleno del amor de Dios, no en la ausencia de dolor, sino desde la
experiencia del sufrimiento.
Por
tanto, para San Juan de Ávila, la oscuridad ha de ser vivida desde la
experiencia de amistad con el Señor. Es más, ella es lugar de su presencia y de
su amor. Dios parece que se ha ido, pero en realidad no lo ha hecho; es amigo
siempre presente, es el esposo que nos ha puesto en el camino de la liberación
de nuestras esclavitudes y de nuestro propio parecer, y nos ha situado en el
camino de la tierra prometida a través del desierto de los sentimientos de su
ausencia para que lo recorramos en viva fe con amor. Como Cristo, tenemos que
pasar por las dificultades del desierto, pero llegaremos a la tierra prometida.
De todas formas, en este camino de noche, de oscuridad, hasta de tinieblas, el
creyente experimenta el gran consuelo del Señor y su amor que lo llena de un
gozo tan inmenso que no se puede decir para quien no lo ha experimentado.
7. Experiencia culmen del amor de Dios: con-crucificados con Jesucristo[83]
Veamos en este
apartado cómo sitúa San Juan de Ávila en el ser crucificados con Jesucristo el
punto álgido de la experiencia del amor de Dios. En el capítulo primero de este
estudio hemos presentado detenidamente el encuentro gozoso con Jesucristo
crucificado-glorificado de San Juan de Ávila durante su estancia en la cárcel y
que la cruz por la que estaba pasando era su dicha. El Santo Maestro se ha
considerado como uno de aquellos elegidos, entre los muchos que Dios quiere que
den la vida por Cristo, y experimenten el gozo de hacerlo. Por eso escribe en Audi,
filia:
“Quiere Dios
que haya muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su ánima [a Cristo
crucificado]:
¡Heridas
tenéis, amigo,
y
duelen os!
¡Yo
las tuviese por vos!
[...] pues que
tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han tanta compasión de Él que
están azotados, y coronados, y crucificados en el corazón con Él,
como dice San Pablo de sí y en persona de muchos (cf. Gál 2,19)”[84].
Se trata de la
misma experiencia de felicidad, en medio de la cruz, que cuenta Fray Luis de
Granada que le dijo el Santo Maestro sobre la gran merced que el Señor le había
hecho al “tener un muy particular conocimiento del misterio de Cristo”[85], es
decir, “la grandeza de esta gracia de nuestra redempción”[86], y
gozarse en este conocimiento[87]; y
entre todos los motivos que ha descubierto señala: “grandes motivos para
alegrarnos en Dios y padecer trabajos alegremente por su amor”[88]. La
alegría en la cruz responde al hecho que en ella experimenta como en ningún
otro sitio “cuán bueno es Dios”[89] pues
se encuentra con el mismo amor de Dios demostrado en los amores de Cristo; lo
cual le lleva al mayor grado de unión y de amor que en esta tierra se pueda
tener, aún más que en el más alto grado de contemplación: “Porque, a la verdad,
nunca hombre, por contemplativo que sea, tanto conoció los dolores y amores de
Cristo como quien pasa algo de ellos”[90].
San Juan de Ávila habla por propia experiencia pues, como afirma en
la carta 154, escrita con gran dolor, no sólo con poca salud, sino como él
dice, “con tanta angustia temporum (cf. Dan 9,25), que no sé si
irá de provecho”[91], señala que hay que
quedarse sólo con Cristo, y estando con sentimiento de tormento de cruz, y, más
que queriendo alejarse, permanecer en ella y descansar sólo en Él, describiéndonos
así su experiencia mística al pie de la cruz, como solía hacer en su casa de
Montilla ante el crucifijo de tamaño natural que tenía en la capilla:
“[...] porque entonces es costumbre usada del Señor nuestro hacer
mercedes visibles y mayores, que por medio de los suyos las hacía; y aprende
[...] que tiene Dios, y muy buen Dios, y dice: Non sum solus, quia Pater
mecum est (cf. Jn 8,16). Y comienza a crecer en la fe y ensancha su
oración en el amor, siendo ayudado del amor con que ve ser amado [...] después
el mismo corazón se está quedo, aunque le abran la puerta, como ave doméstica
en jaula. Y esta es la raíz de todo aprovechamiento, porque a los pies de
Cristo lo ha de haber si verdadero ha de ser”[92].
Este amor del
Señor y otras enseñanzas, dice también la carta 81 que “aprenderéis en
la tribulación mejor que en cuantas escuelas y púlpitos hay, y más de verdad;
porque en estos lugares se suelen oír con las orejas, estando quizá el corazón
en otra parte; en la tribulación óyese: que Dios enseña con obras”[93];
como le dijo a Fray Luis de Granada sobre su período en la cárcel. Además, le
dice a Don Antonio de Córdoba, al que le escribe la carta 151 en 1549[94],
cuando éste se encontraba enfermo en Salamanca, donde era rector de la Universidad : “Hace
vuestra merced muy bien en estar contento con servir en la casa del gran Señor
de oficio de enfermo; porque el pasar de obrar bien a padecer, es mejorar
Cristo a los suyos y subirlos de aula de menores a mayores”[95].
El joven Juan
de Ávila dice en 1532 que Dios le abrió los ojos para ver que son favores y
mercedes las tribulaciones y la cruz, por eso señala en la carta 58,
desde la cárcel: “[...] no sé si digo bien en llamar trabajos a los de la cruz,
porque a mí parecen que son descansos en cama florida y llena de rosas”[96].
Y esta alegría en la cruz, como verdadero don de Dios, es
la que ha tenido durante toda la vida. No sólo la cruz de la enfermedad, sino
otras interiores y más crecidas, que son las de los golpes de la lucha
espiritual y de las contradicciones, tribulaciones y persecuciones que surgen
en el camino evangelizador. Por eso sigue diciendo a D. Antonio de Córdoba, que
atravesaba una enfermedad:
“Así, señor, sea vuestra merced grato a la enfermedad y agradecido al
Señor, que la envía; y esa cruz y carga fuere de él bien recebida, subirle ha
el Señor a otras más interiores y más crecidas, que Él tiene para dar a sus muy
amigos, para conformarlos con Él, cuya cruz fue grandísima en lo visible y muy
grandísima en lo invisible”[97].
Esta
experiencia de amor desde la vivencia de la cruz la sabe San Juan de Ávila por
experiencia; por eso, ya maduro, o lo que es más probable, ya “viejo”[98],
pues cuenta que su enfermedad e indisposiciones van en aumento cada día, y esto
debido a que el barro es tan flaco y además “tantos golpes le dan”[99], le
dice a un amigo sacerdote anciano: “[...] procuremos entrambos ir con nuestras
cruces al Señor, que llevó la suya, pidiéndole que nos dé su gracia para llevar
con contentamiento lo que Él de su mano nos envía”[100].
Esta alegría él ya la había experimentado en medio de la cruz, como él mismo
confiesa en la carta 90: “[...] en mayores guerras me he hallado, y con
la gracia del Señor he estado contento en ellas”[101].
Por eso puede
con toda razón decirle a su amigo sacerdote anciano el buen sabor del cáliz de
la pasión: “Y este postrer trabajo, que a la vejez suele venir, es el buen
vino de la cruz, el cual el Señor guarda para dar a sus amigos a la
postre, como cuando convirtió el agua en vino (Jn 2,10)”[102].
Buena comparación para decir que es un don a los amigos darles lo mejor que
tiene Jesucristo “el buen vino de la cruz”. Por eso le recomienda a su
amigo que no tome sólo un poquito de ese vino, sino que se emborrache de él, y
además con alegría, porque es un gran don que el Señor da a sus amigos muy
queridos: “Bébalo vuestra reverencia con alegría, porque de Él se entiende: Inebriamini,
carissimi (Cant 5,1)”[103].
Por eso, alaba
el Santo Maestro a Dios en el lecho de la muerte por haberle dado tanta
participación en su “suma Bondad”[104] a
través de su vida de cruz, reconociendo: “Vos, Señor, decís que esto es bueno.
Lo mesmo decimos nosotros. [...] Haos parecido que veinte años estemos en una
cruz con sequedades y tentaciones, aceptámoslo de muy buena gana”[105]. Y
la razón de esta alegría no es otra que porque esa había sido la voluntad de
Dios, ya que “no puede el alma subir a mayor dignidad ni hacer cosa más ilustre
ni de mayor honra ni grandeza, ni aun de mayor contentamiento, que tener tanta
conformidad y amistad con Dios, que quiera una mesma cosa con Él”[106]. Y
por eso sólo quiere su voluntad; y su contentamiento está sólo en cumplirla,
que en ello reside la auténtica alegría de los hijos de Dios. De ahí que
escriba:
“Esta es la verdadera señal de los hijos de Dios, que dejan su voluntad
propia y hacen la de Él: y esto no en las prosperidades (que aquello poco es),
mas en las adversidades, adonde vale más un ‘¡Gracias a Dios!’, un ‘¡Bendito
sea Dios!’, que tres mil gracias y bendiciones de prosperidades”[107].
Estamos
en el punto más alto de la unión con Dios y de la identificación con Cristo,
porque ahora ya no soy yo, y mi parecer y mi voluntad, sino Cristo en mí (cf.
Gál 2,20), que es como vimos la descripción más auténtica de nuestra nueva vida
de unión en Cristo.
Hay otra razón
profunda por la cual San Juan de Ávila invita a experimentar el amor del Padre
en la cruz, ya que en ella se toma conciencia de que somos uno de esos a los
que San Pablo se refería cuando dijo: “predestinó a sus escogidos a ser semejables a la imagen de su Hijo (Rom
8,29). Pues si hemos de ser semejables en la gloria, también en los
dolores”[108]. Y además, si el Padre,
que ama al Hijo, le ha dispuesto el reino con cruz y deshonra, el experimentar
esa misma cruz indica que el Padre nos trata también como hijos suyos y que nos
dará también el reino prometido. Por eso dice San Juan de Ávila:
“Pues ¿por qué yo pensaré que el Señor no me ama aunque me envíe
trabajos? ¿Por qué no me gloriaré, que me trata como a su Hijo? ¿Por qué no le
daré gracias, pues que me viste de la librea de su amado Hijo? ¿Por qué no me
terné esperanza que me hará participante de su gloria, pues me veo serlo en sus
trabajos?”[109].
Y también:
“Pues ¿en qué cosa tanto se mostró el grande amor que Jesucristo tenía a
su Padre, como en padecer por su honra, como Él dijo: Porque conozca el
mundo que amo al Padre, levantaos, y vamos de aquí? (Jn 14,31). Mas
¿adónde iba? Claro es que a padecer”[110].
Por eso, como
el cristiano ve tanto amor del Hijo en el padecer, quiere conformarse al Hijo y
ser así hijo de Dios en el Hijo. De ahí que afirme San Juan de Ávila: “quien
viéndote tal [amándonos en la cruz], huyere de lo que a ti conforma, que es el
padecer, no te debe perfectamente amar, pues no quiere ser a ti semejable”[111].
Y así, si
estamos unidos a su dolor, y, sobre todo, al amor que allí se expresa,
participamos de la hermosura y perfección de Jesucristo. El cual nos comunica
su alegría con la que fue a dar la vida, pues aunque muchos fueron sus dolores,
mayor fue su alegría, fruto de su gran amor, por el bien que su cruz a nosotros
traería[112].
En esta
vivencia de la alegría en la cruz es importante ver en ella cómo el Señor ha
querido escogerla para seguirle por el mismo camino que Él siguió, por eso dice
San Juan de Ávila que Cristo al ver cómo nosotros vamos con la cruz nos “está
esperando gozándose, viendo a sus siervos ir tras de Él siguiendo sus pisadas”[113];
camino seguro para encontrar el gozo y el descanso y pasar a la tierra
prometida, donde ya no habrá leche y miel sino “gozar del mismo Dios”[114].
Por eso le dice a una señora:
“Mucha razón tiene vuestra merced, señora, para alegrarse, pues que la
lleva el Señor tras sí, enseñándole el rastro de sus pisadas, conformándola
consigo en el padecer, comunicando alguna parte cerca de sus penas,
comunicándole los dones que ha comunicado a sus escogidos, ofreciéndole en qué
pueda merecer mayor corona y, sobre todo, lo que más es, dándole la mayor de
las mercedes, dándole su santo espíritu, para que lleve su cruz por su amor”[115].
Y le
ayuda a ver que el padecer es un gran don, pues a través de él es como se
consigue un auténtico conocimiento de Cristo, por eso desea que se vea envuelta
en la alegría del Espíritu en medio de la cruz:
“Y pues que el Señor, por su bondad, se ha habido tan piadosamente con
vuestra merced, dándole conocimiento de sí mesmo, espero en su misericordia que
también le habrá dado en los trabajos para llevarlos en gozo, recibiéndolos por
amoroso don, dado de su bendita mano”[116].
Es admirable
todo lo que le dice el Santo Maestro en la pequeña carta 203 de tan sólo
20 líneas a Juan de Lequetio, en el que resume la mística de la cruz, vivida
como gozo pascual, y que transcribimos casi en su totalidad:
“Dios dé a vuestra merced buenas salidas de Pascuas y mucha perseveranza
en el gozo de la resurrección, y aunque le vengan días de cruz, que le sean
días de Pascua, porque esperar acá otro gozo que no sea padeciendo trabajos, ni
cumple ni lo debemos desear; que aquello ¿qué sería si no ser de aquellos de
quien el Señor dice: El mundo se gozará? (Jn 16,20). El Señor llevó su
cruz, poniendo delante el gozo (Heb 12,2) que de nuestro bien Él había
de sacar mediante su pasión; y nosotros debemos llevar la nuestra, poniendo
delante el contentamiento de su voluntad y la hermosura de la librea de estar
vestido al traje de Él. Y porque creo que el mismo Dios ha enseñado a vuestra
merced esta doctrina del gozo en la cruz, sin la cual ninguno se debe gloriar
de ser cristiano, no alargo en ello más, sino que vaya a la bendición del
Señor, etc.”[117].
Para San Juan de Ávila,
la cruz se vive como Pascua, porque mientras caminamos en la tierra, la Pascua de Jesús se vive en
la cruz, una cruz que es gozo, el gozo en la cruz. También en esta ocasión se
refleja la eternamente vivencia de Juan de Ávila en la cárcel de Sevilla ante
la transfiguración-glorificación del Señor en la cruz. Él resplandece de amor
en la cruz y nos viste de su hermosura. Se tata de la mística de la cruz, que
San Juan de Ávila ha vivido toda su vida. Por eso puede aconsejar ahora:
“Si el mundo nos persiguiere, escondámonos en sus santas llagas, y
sentiremos las injurias por tan suaves como una música acordada y las piedras
nos parecerán piedras preciosas, y las cárceles palacio, y la muerte se nos
tornará vida. ¡Oh Jesucristo, y cuán fuerte es tu amor; y cómo todas las
cosas convierte en bien, como dice San Pablo! (cf. Rom 8,28). Cierto, quien de tu amor
se mantiene no morirá de hambre, no sentirá desnudez, no echará menos cuanto en
el mundo hay, porque, poseyendo a Dios por el amor, no le falte cosa que buena
sea. Tomemos, pues, muy amados hermanos, deseo de ir a ver aquesta visión, cómo
arde la zarza y no se quema (Éx 3,2). Quiero decir, cómo los que aman a
Dios en las injurias no se sienten injurias; en el hambre están hartos;
desechados del mundo, no se afligen; tentados del fuego carnal, no se queman;
hollados, están en pie; parecen pobres, y están muy ricos; feos, y son
hermosos; extranjeros, y son ciudadanos; acá no conocidos, y muy familiares a
Dios. Todo esto y más hace el noble amor de Jesucristo en el corazón donde se
aposenta”[118].
En la carta
24 San Juan de Ávila nos trasmite en tercera persona su vivencia de la mística
de la cruz durante su vida:
“En el mesmo padecer hallaréis sabor, y de la piedra dura sacaréis agua,
y del peñasco, miel (cf. Núm. 20,9-11; Dt 32,13). Amad y no trabajaréis, mas
iréis sobre los trabajos como señora, bendiciendo a Aquel que os libertó. Si os
amenazaren con muerte, diréis que venga en hora buena, para gozar de la vida;
si con destierro, que dondequiera estáis desterrada hasta que veáis a Dios, que
poco se os da ir al cielo desde una parte de la tierra que de otra; si a Dios
tenéis, dondequiera os irá bien; y si no, dondequiera os irá mal. Si os
viéredes despreciada: ‘Cristo es mi precio: y Él me precie y desprécienme
todos, porque Él solo me precie’. No [o]s afligiréis con la necesidad de las
cosas presentes, y confiad en Aquel que ama a los que le ama. Todas las cosas
podréis en Él”[119].
San Juan de
Ávila ve, por tanto, en el gozo pascual de la cruz, a semejanza de Cristo, el
punto culminante de la experiencia del amor de Dios que nos ha conformado con
su Hijo, siguiendo sus pasos. Y no considera que este camino sea sólo para
privilegiados sino para todo cristiano, pues todos deben llegar a decir: Ya
no yo, es Cristo quien vive en mí, y éste crucificado (cf. Gál 2,19-20).
Estamos ante la mística de la cruz y la experiencia máxima del amor de Dios.
De esta manera, desde su
experiencia, podrá decir, con toda razón:
“¡Oh,
Señora, y si hubiese probado cuán dulce es Dios para aquella ánima que vuelve
las espaldas al mundo por poner los ojos en su Criador! ¡Oh si supiese qué es
la suavidad del celestial Esposo para consolar aquellas ánimas que dejan
transitorios deleites y, como tórtolas castas, no quieren consolarse en la
tierra, mas sospiran con amor a su Señor, que en los cielos está; y como la
paloma, que se torna limpia sin poner los pies en cuerpo muerto, mas tórnase
a la mano de quien la envió!”[120].
Conclusión
Es un
verdadero Cristo crucificado, pero también un Cristo glorioso, que vive en la
alegría del Señor de la gloria, vive en su corazón traspasado de amor por
nosotros, y ahora, ya resucitado, goza de la misma gloria. Y San Juan de Ávila,
como Pablo, asemajado a Cristo en el sufrimiento, nos puede decir: “Ya no soy
yo es Cristo quien vive en mí”. Es Cristo el que ha estado presente en su vida,
es Cristo y el amor del Padre que en Él se manifiesta y el del Espíritu, el que
transmite para todos, especialmente para los que sufren.
Por la manera
en que ha vivido el sufrimiento, que el Doctor de la Iglesia universal, San
Juan de Ávila, podemos decir que es no sólo Doctor en sufrimiento sino también
Doctor de cómo afrontar el propio sufrimiento y Doctor en cómo hacer el bien al
que sufre.
[2] Carta 2, 19-20: IV, 15.
[3]
“Cuando Dios se puso en la cruz a todos amó, malos y buenos, porque por todos
murió” (Lecciones sobre 1 San Juan [II], 21: II, 437). Está claro que se
refiere a Jesucristo, al que cita 7 líneas más abajo; si bien la cruz
manifiesta el amor de Dios hacia todos, pues, como acaba de señalar: “Deus
caritas est (1 Jn 4,8)” (ibid.).
[4] Lecciones sobre 1 San
Juan [II], 21: II, 437.
[5] Lecciones sobre 1 San
Juan (I), 21, 62-63: II, 297.
[6] Sermón 40, 6: III, 535-536.
[7] Carta 208, 2-5: IV, 675.
[8] Advertencias al concilio de Trento I, 43: II, 509.
[9] He estudiado este tema
ampliamente en mi libro Experiencia del
amor de Dios y plenitud del hombre en San Juan de Ávila, Campillo Nevado,
S.A., Madrid 2007, 65-166.
[11]
Sobre estas cartas y oraciones a Cristo desde el sufrimiento cf. F. J. Díaz lorite, Experiencia del amor de Dios y plenitud del hombre en San Juan de
Ávila, Gráficas Campillo Nevado, S. A., Madrid 2007, 65-115; Mª. J. Fernández Cordero, “San Juan de Ávila:
Cartas de consuelo en la tribulación”, en Mil
gracias derramando. Experiencia del Espíritu ayer y hoy. Homenaje a Santiago
Arzubialde, SJ, Secundino Castro, OCD, y Rafael Mª Sanz de Diego, SJ, UPComillas,
Madrid 2011, 247-265.
[12] Carta
58, 1-2: IV, 268.
[13] Carta
58, 101-104: IV, 270.
[14] Carta
58, 27-31: IV, 268; los subrayados son nuestros.
[15] Carta 58, 44-46:
IV, 269.
[16] Carta 58, 47: IV,
269.
[17]
Aunque es un poco larga, transcribo toda la oración debido a la importancia que
tiene en descubrir la hondura de su relación con Cristo en medio de los
sufrimientos de la cárcel.
[18] Carta
58, 47-99: IV, 269-270; los subrayados de los dos primeros párrafos son
nuestros.
[19] Carta
58, 50-58: IV, 269.
[20] Carta 58, 47: IV,
269.
[21] Carta
58, 77-78: IV, 269.
[22] Carta
58, 98-99: IV, 270.
[23] Carta 58, 104-114: IV, 270.
[24] O. González de Cardedal–J. J. Fernández Sangrador
[eds.], CORAM DEO. Memorial Prof. Dr. Juan Luis Ruíz de la Peña [Salamanca 1997]
13-14.
[25] Carta 64, 36-39:
IV, 285.
[26] Carta 64, 39-41:
IV, 285.
[27] Carta 64, 41-44:
IV, 285.
[28] Carta 64, 46-51:
IV, 285.
[29] Carta 64, 69-78:
IV, 285-286.
[30] Audi, filia (I), 2ª, 62: I, 469-470. Es significativo el paralelismo en
todo lo que sigue con el Tratado del amor de Dios, 7ss: I, 962ss.
[31] A
esta llama y fuego se referirá en el Tratado del amor de Dios con
extraordinaria belleza: “¡Oh dulce fuego! ¡Oh dulce amor! ¡Oh dulce llama! ¡Oh
dulce llaga, que ansí enciendes los corazones helados más que nieve y los
conviertes en amor! Con el fuego principal de tu venida henchiste el mundo de
amor” (Tratado del amor de Dios, 10,
389-392: I, 969). Resuena ya lo que dirá años más tarde San Juan de la Cruz : “¡Oh llama de amor viva
[...]!/ [...] ¡Oh regalada llaga!/ [...]/¡Oh lámparas de fuego
[...]!” (San Juan de la Cruz , Llama de amor
viva 2.3, en: Id., Obras
completas, eds. J. V. Rodríguez-F. Ruíz Salvador [Madrid 21980]
101); en adelante lo citaré según esta edición.
[33] Audi,
filia (I), 3ª, 36-38: I, 493-494; el corchete es nuestro.
[36] Ibid.
[37] Ibid.
[39] Audi, filia (II), 78,
6: I, 707.
[40] Así
lo indica el título de la carta 19: “A una mujer trabajada de graves y
peligrosas tentaciones” (Carta 19, título: IV, 115).
[41] Carta 19, 101-110:
IV, 118.
[42] Audi,
filia (II), 21, 3: I, 713.
[43] Carta 56, 84-86:
IV, 264.
[44] Audi, filia (II),
67, 3: I, 679.
[45] En
el presente apartado recojo lo expuesto en mi libro Experiencia del amor de Dios, 497-507.
[46] Ya
lo dijo desde la cárcel en la carta 58, cuando era joven: “[...] no
estoy sino en manos de Cristo” (Carta 58, 114: I, 270).
[47] Carta
184, 450-459: IV, 620. Con razón podía aconsejar en la carta 78: “[...] no
quite sus ojos de Dios y de su santa voluntad, que es el norte al cual hemos de
mirar en la noche y mar de aqueste mundo, para aportar al puerto de salud, que
no tiene fin” (Carta 78, 12-14: IV, 330).
[48] Las
oraciones que comienzan por “¡Bendito seas!”, son las que expresan un más alto
grado de unión de Juan de Ávila con Dios, que coinciden con períodos de gran
sufrimiento, por ej.: Carta 58, 1: IV, 268; 81, 202: IV, 342. No es
extraño, pues, que en medio de las dificultades aconseje dirigirse a Cristo
alabándolo: “Siempre, para siempre bendito Cristo, que éste es a boca llena
nuestra esperanza” (Carta 20 [3], 100-101: IV, 136).
[49] Carta 184,
452-454: IV, 620.
[50] Carta
184, 447-449: IV, 620.
[51] Carta 184,
439-446: IV, 620.
[52] Carta
96, 17: IV, 400.
[53] Carta 20 (1), 65:
IV, 122.
[54] “No
se maraville de quedar algunas veces como encallada y que no ve ni luz ni norte
donde atine, sino que todo le parezca tinieblas” (Carta 96, 12-14: IV,
400).
[55] “En
trabajos os veréis muchas veces, que, si con sentido humano los miráis, os
parecerán ser señales de infierno y principio de él” (Carta 20 [1],
96-97: IV, 122). “[...] desconsolaciones que parecen infierno” (ibid.,
líns.170-171: IV, 124).
[56] Carta
20 (1), 101-104: IV, 123.
[57] Carta 74, 26-28:
IV, 318.
[58] De
esta carta 20 nos han llegado tres copias. No son iguales en los inicios
y sí en todo lo demás (cf. L. Sala
Balust-F. Martín Hernández, O.C. IV, 120, nota). Parecen que van
dirigidas a personas diferentes, pues el destinatario de la primera y segunda
es una mujer mientras que en la tercera se trata de un hombre. Esta experiencia
personal de la ausencia de Dios la describe sólo en la copia segunda.
[59] Carta 20 (2), 2:
IV, 127.
[60] Carta 20 (2),
10-19: IV, 127.
[61] Carta 20 (2),
26-33: IV, 127.
[62] Carta 20 (2),
33-35: IV, 127; (el corchete es nuestro).
[63] Carta 90, 26-32:
IV, 376-377.
[64]
“[...] mas allí en medio de los torbellinos y de los grandes despeñaderos, allí
puede estar confiada, pues está escripto: las ovejas tengo que tengo en mi
mano, ninguno me las quitará (cf. Jn 10,18). Y por la bondad de él,
puede pensar que ella es oveja de Dios” (Carta 96, 40-43: IV, 400-401).
[65] Carta 20 (1),
112-114: IV, 123.
[66] Carta 20 (1),
118-119: IV, 123.
[67] Carta 20 (1),
216-221: IV, 125-126.
[68] Carta 54, 42-52:
IV, 259.
[69] Carta 20 (2),
82-83: IV, 128.
[70] Carta 201, 24-31:
IV , 660.
[71] Carta
201, 31-34: IV, 660. Cherprenet confirma la semejanza con Santa Teresa y
San Juan de la Cruz :
“[...] todos están de acuerdo sobre la necesidad de esta ‘noche’ del alma. El
divino amante antes de unirse definitivamente con la esposa necesita comprobar
su fidelidad fingiendo una ausencia. Esta idea, cuyo magnífico desarrollo
encontramos en la ‘Noche oscura’ y ‘El Cántico Espiritual’ está ya expresada
por San Juan de Ávila” (J. Cherprenet, “Juan
de Ávila, místico”, 111). Cf. p. ej. S.
Juan de la Cruz ,
Noche Oscura 2, 6, en: Obras completas, 576-580.
[72] Carta 20 (1), 149:
IV, 124.
[73] Carta
20 (1), 152-159: IV, 124.
[74] Carta 96, 24-25:
IV, 400.
[75] Carta 35, 16-17:
IV, 189.
[76] Carta 201, 78-82:
IV, 661-662.
[77] Carta 20 (1),
127-129: IV, 123.
[78] Carta 28, 97-98:
IV, 172.
[79] Carta
90, 233-236: IV, 382. “El ocultamiento de Dios forma parte de la
experiencia religiosa bíblica [...] Un Dios que no se oculta es un Dios que no
se revela. El Dios verdaderamente revelado es el Dios que se revela ocultándose.
Es el Dios que al revelarse se oculta, y al ocultarse se revela. Su
ocultamiento no es ausencia ni silencio, sino presencia y palabra reveladoras”
(J. Mª. Imizcoz Barriola, “Experiencia
de Dios en la formación sacerdotal”, en
Arzobispado de Sevilla, La formación del sacerdote del tercer
milenio, 171); cf. L. F. Ladaria, El Dios vivo y
verdadero, 425-427; H. U. von
Balthasar, “El camino de acceso a la realidad de Dios”, en MystSal II, 46. J. Martín Velasco, El fenómeno
místico, 490: “En ningún lugar de la historia veo realizada esta condición
de experiencia de Dios en la que culmina la experiencia mística como en la cruz
de Jesucristo, en quien, para mi fe, Dios se revela de forma definitiva y por
eso insuperablemente oscura [...] La experiencia del desamparo del Padre, la
queja a gritos por ese desamparo es la expresión, la proclamación más
formidable por parte de Jesús de la conciencia, de la aceptación de presencia
del Padre; nunca más oscura; nunca más cierta; nunca más ciertamente
experiencia de fe”.
[80] Carta 35, 71-75:
IV, 190.
[81] Carta 35, 45-48:
IV, 190.
[82] Carta 20 (2),
17-25: IV, 127.
[83] En
este apartado recojo el contenido de mi libro Experiencia del amor de Dios,507-516.
[84] Audi,
filia (II), 111, 5: I, 775-776.
[86] Ibid.
[87]
Sobre este gozo en el conocimiento de Cristo en su cruz se referirá en Audi,
filia, citando lo que San Bernardo dijo y vivió: “[...] ocuparos en el
conocimiento de Jesucristo nuestro Señor. Lo cual nos enseña San Bernardo
diciendo: ‘Cualquiera que tiene sentido de Cristo sabe bien cuán expediente sea
a la piedad cristiana, y cuánto convenga, y cuánto provecho le trae al siervo
de Dios y siervo de la redempción de Cristo, acordarse con atención a lo
menos una hora del día, de los beneficios de la pasión y redempción de
nuestro Señor Jesucristo, para gozar suavemente en la conciencia y para
sentallos fielmente en la memoria’. Esto dice San Bernardo; el cual así lo
hacía” (Audi, filia [II], 68, 2: I, 680-681).
[89] Carta 81, 158: IV,
341.
[91] Carta 154, 3-4:
IV, 531.
[92] Carta
154, 21-47: IV, 531-532.
[93] Carta
81, 161-165: IV, 341.
[95] Carta 151 (1), 1-4:
IV, 523.
[96] Carta
58, 44-46: IV, 269.
[97] Carta
151 (1), 12-17: IV, 523.
[98] Así
le dice a Francisco de Borja cuando el Santo Maestro contaba 66 años: “Yo tengo
alguna mejoría en mi salud y predico alguna vez, aunque como viejo” (Carta 193,
25-26: IV, 642).
[99] Carta
183, 40: IV, 606.
[100] Carta
183, 8-11: IV, 605.
[101] Carta
90, 374-375: IV, 386-387.
[102] Carta
183, 32-35: IV, 605.
[103] Carta
183, 35-36: IV, 605.
[104] Carta
184, 453: IV, 620.
[105] Carta
184, 454-457: IV, 620.
[106] Carta
184, 446-449: IV, 620.
[107] Carta
81, 103-108: IV, 340.
[108] Carta
81, 182-184: IV, 342.
[109] Carta 81, 197-202:
IV, 342.
[110] Audi,
filia (II), 113, 3: I, 779.
[111] Carta
58, 82-84: IV, 269-270; el corchete es nuestro.
[112] Cf.
Audi, filia (II), 69, todo: I, 683-685.
[113] Carta
201, 106-107: IV, 662.
[114] Carta
201, 115-116: IV, 662.
[115] Carta
201, 139-145: IV, 663.
[116] Carta
201, 146-149: IV, 663. También dirá a otra persona: “Agradézcale que la
hizo compañera suya en los dolores, lo cual no es pequeña merced para quien lo
sabe sentir” (Carta 200, 49-51: IV, 659).
[117] Carta
203, 1-14: IV, 666. La carta 199, también dirigida a Juan de
Lequetio, está fechada en 1551; cf. ibid., lín. 66: IV, 657.
[118] Carta
64, 36-52: I, 285.
[119] Carta
24, 141-154: IV, 154.
[120] Carta
33, 19-26: IV, 184.